Con la lluvia me animo un poco más, la climatología invernal me favorece. Coloreo mis uñas y me hago ovillos con jersey y chaquetas. Temblar me hace feliz, tiritar me da paz al espíritu. Les prometo que no asisto a clases de yoga, aunque me lo estoy planteando.
Paseo Bembibre-Viñales |
Llegar corriendo al coche, empapada, y encender la calefacción, eso me reconforta. Será la edad o el paso de los días, pero vivir es aprendizaje e improvisación, y es que son esas "pequeñas cosas" las que endurecen el vientre de reír.
Visitar mi tierra, mi querido Bierzo, recorrer sus parajes escuchando el crujir del follaje a cada paso, y en cada paso me reconstruyo yo. Es indirectamente proporcional. Eso me alimenta más que el propio botillo, bueno, aquí estoy exagerando, ya me entienden.
Vista desde El Acebo |
El hecho de no sentir ese insomnio de placeres diarios me asusta más que cada movimiento en el reloj. Mirar atrás y tener vértigo, que se escape el tiempo por haber permanecido atada a situaciones y personas que sólo provocaban desorientación. Por suerte hay una brújula que reconduce cada dirección. O igual es que hay cosas que dejan de doler, y como bien explica Carlos Ruiz Zafón: “Todos tenemos un secreto encerrado bajo llave en el ático del alma, éste es el mío”
No sé lo que pasa hoy, pero todo está en armonía.
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